jueves, 23 de julio de 2015

Valeria Pariso, sentada en el fondo de su casa




XX


Ahí está:
sentada en el fondo de su casa,
llorando en camisón,
fumando otra vez
después de seis meses
de esfuerzo sobrehumano
por controlar las ganas,
tirada en el único rincón con sombra
a las tres de la tarde,
tratando de entender
desesperadamente
cómo fue que a él
después de tanto tiempo
se le ocurrió
dejarla por teléfono.



VII


 Los padres de Elise Cowen
quemaron sus poemas. Sólo se salvaron
83
que guardó un amigo.

Yo no soy beat, mi amor,
pero quién está a salvo.

Hay que guardar un poema
empapado de lluvia,
por si la locura,
por si los padres,
por si el mundo,
nos queman, mi amor.



XXXV

Las mujeres de mi familia son macizas.

Ellas
lograron refinanciar las hipotécas,
pelearon contra el cáncer,
se pusieron a sus hijos en los hombros
y salieron sin agua
a sembrar el desierto
de las separaciones y viudeces.

Yo tiemblo. Todo el tiempo.




XXXVI

Si solamente fuese
la sed lo que nos dieron,
la extraordinaria sed.

Pero no,
qué hacemos en la vida
quién nos dice qué hacemos con la vida
sabiéndonos en la otra orilla.




Poemas del libro "Paula levanta la persiana" (Ediciones AqL)



Valeria Pariso, Buenos Aires 1970. Abogada.
Publicó "Cero sobre el nivel del mar", ediciones AqL.
Antologías colectivas "II Colección de Autores Contemporáneos - II Certámen de poesías, cuentos y cartas de amor", "Poesía encontrada" (2007), "Vuelo Íntimo" (2008) y "Lunario" (2008)
Blog: www.tantotequeria.blogspot.com








domingo, 12 de julio de 2015

Marianne Moore, cuando compro cuadros



Cuando compro cuadros
o- lo que está más cerca de la verdad-
cuando contemplo aquello de lo que me puedo imaginar dueña,
prefiero lo que podría darme placer en cualquier momento:
la sátira de la curiosidad en la que sólo es discernible
la intensidad del ánimo;
o justo lo contrario – la antigüedad, la sombrerera con adornos medievales
en la que aparecen sabuesos con cinturas que se estrechan como la del reloj de arena,
ciervos, aves y gente sentada.
Puede ser simplemente una losa, tal vez una biografía literal
(con letras espaciadas, sobre una especie de pergamino),
una alcachofa con seis tonos azules, el tripartito jeroglífico con patas de agachadiza,
la cerca de plata que protege la tumba de Adán o Miguel tomando a Adán por la muñeca.
El énfasis intelectual demasiado estricto sobre cual o tal cualidad
merma el placer.
No debe pretenderse desarmar nada, ni tampoco debe honrarse a la ligera el éxito generalizado,
aquello que es grande por que otra cosa es pequeña.
En conclusión: sea lo que fuere,
debe estar “iluminado por miradas penetrantes en la vida de las cosas”,

debe reconocer las fuerzas espirituales que los crearon.





jueves, 9 de julio de 2015

Gabriel Pantoja, algunas prácticas poéticas


9


no sabré si esto es una novela:
dispuesto sobre la mesa está el dios miniatura de las piedras.
yo abriendo las paredes mentales de un muchacho que viaja en el 33 y
sueña secuencias de un solo día. sueña conmigo.
sueña las 33 impresiones fotográficas de la chica cancán, la infinita
extensión de dos piernas como ríos cruzados que lo envuelven, ese bramido furioso de la tarde del martes donde me copio los gestos de padre, ese
vidrio de luz rota con que accidenté  el estado natural de mis cosas: yo
era el que estaba en la habitación tirando los pájaros.
y vos dormías.




20

sucede todo junto:
plaza chica colectivo novela sol de las cinco. dios piernas cancán 33 páginas
mentales de la escritura piedra.
en el colectivo abro una novela. el colectivo cruza la plaza circular. veo
a la chica. veo que el destino es un banquito y un ángulo. piernas largas
como ríos vestidos de rojo a cuadros.
estaba viendo el mundo desde una montaña luminosa. yo soy mi hijo.
porque está todo junto, separar. salgo del colegio. sucede plaza
con chica y sol de las tardes.
pronto dios piernas cancanes líquidos y tubo metálico del 33 con copias
mentales del personaje principal de donde viene la piedra. yo: los rotos cristales
de mí. escribo el diario de mi isla.
ahora el sueño de un golpe que se abre en forma de tres corderos y una
puerta.
hay esas luces de la plaza. hay un padre repitiéndome los gestos. yo veo el
destino en la perturbación de las esquinas. en las láminas de un vidrio la
cicatriz de un nacimiento. piernas y pájaros como ríos bermejos y a cuadros.
veo el mundo desde una mesa luminosa y simultánea. el laberinto de
varias cabezas es mi unidad. con campos y animales y plantas.
soy mi futuro.
soy esta última criatura. soy el que vuelve como el latido del golpe de una
ley muriendo al encenderse en la punta de los martillos.
estoy llegando demasiado tarde a esa fiesta.
tengo 35 años. salgo del colegio.




29

sentí horror y pensé:
el hueso reflejo de un hermano, la espina mujer de mi órgano, haberme
tirado sobre la tierra como un reptil gozante, abierto en canal, doblemente
abierto al cableado corazón de un animal oscurecido, al derrame
de una luz en el ácido de sus partes.  cruzó en ese instante el colectivo.
ahora todo aumentó y yo que era tan chiquito empecé a pedir.
resulta que hubo miedo. y después más miedo. y  eso fue pensar.

futuro es hendir la tela del espacio por la que arrojaremos como letreros 
en la oscuridad de la noche la bola del lenguaje



32

en la superficie que constituye el ahora hay una línea yendo hacia
atrás, otra que va hacia mí, y una siguiente es tuya.
ayer se juntaron.
yo quedé oblicuo.

















Gabriel Pantoja, Córdoba 1978. Licenciado en Psicología, practica el psicoanálisis y otras poéticas. En 2015 editará su primer libro de poemas adolescentes escrito a los 35 años. 





(fuente Festival Internacional de poesía Córdoba)

domingo, 5 de julio de 2015

Pablo del Corro, un descuido de los otros






Aún en pleno invierno
el día nos entrega un mínimo de sol
cuando se abre la tarde
Hace unos años sé
que a él le gusta salir a esa hora
Mantenemos un respeto animal en el encuentro
El tiene sus rutinas yo tengo las mías
Coincidimos en el placer de ese mínimo de sol
cuando se abre la tarde
A veces me retraigo
me quedo dentro, animalmente
Pensé -por qué no- que él haría lo mismo
Eso justifica no extrañarlo si no lo veo
y alegrarme si aparece
Y me conforma
Pero ayer fue distinto
Sentí un temblor cuando nos vimos en el patio
Alguien llamó a la puerta y me distrajo
Era la otra viuda de un amigo
Apereció después de tantos años
a reclamar por cosas que no tengo
Volví al patio
Lo encontré debajo de unas tablas, tieso
Pensé en mi amigo que murió en silencio
y en las manos apretadas de mi madre
Acaso la muerte sea eso:
un temblor, un mínimo de sol en una tarde
Un descuido de los otros
Una bolsa negra, de nailon