miércoles, 17 de agosto de 2016

Lo oscuro mueve el mar - Alfredo Litcher

Uno y la música de Jarret


Aquí las diez de la noche tienen
luz de velador,
es el comienzo de un par de horas para deambular
por lo imprescindible,
entregados cada uno a la lectura
escuchás Keith Jarret con auriculares
        y me pregunto cómo soy para tu imaginación.

Casi fuera de mi divago tranquilo,
convencido de que nos iguala cada lágrima
y que como astrónomos de azotea,
disfrutamos por igual el eclipse 
                                de la luna.

Que todo aquello dicho en voz alta
probablemente sea falso,
preocupados en esconder de los demás
nuestras áreas intáctas

Recorro mentalmente gentes y lugares
y sos en un instante
el deseo a veces disimulado.

Puedo reconocerte de memoria en cualquier multitud,
desnuda en un vestido usado por muchas mujeres,
y vuelvo a preguntarme,
cómo no acariciar tu cansancio con éstas manos
que tocaron el mar por primera vez.

Nosotros adscriptos a lo humano,
fatigados de las semejanzas indeseables,
                                    diferentes y próximos,
que comenzaron a contarse la vida cuando
cada uno,
supo dormir en la cama del otro.

Ay,
cuánto desenlace guardan por un rato las huellas
de una mujer y un hombre,
y yo que vuelvo a mirar por la ventana,
a zozobrar en la esfera fabulosa de una noche oscura,
subterránea.

Sé pensarte mejor de noche que de día.


Dos en el interior


Pálida amiga tantas veces querida,
como nadie descendias hasta la oscuridad
                                     que necesitan los crímenes.
Así interpretabas manchas de vino en el mantel,
historias de lo imposible seguidas
por diálogos frágiles,
alejados de un farol encendido
                    al interior de la noche.

Allí circulaban las huidas que el sexo proponía
junto a incertidumbre, marfil, karma.

Prodigiosa,
la memoria daba pasos
                       en la llanura fantasmal,
simples actos de magia frente a una lámpara
cubierta por pañuelos de seda,
que arrojaban ausencia hacia los ojos
de una serpiente
y a los de su encantadora.

Vos,
yo,
en una habitación envoltura o balsa,
flotando frente a la orilla de semejantes asombros.

Cada desenlace, la baraja equivocada.
Una sonrisa lejana...auxilio,
o dar por circunstancia la mano, no me sueltes.

Simulacros,
monedas falsas,
juegos cerca de ventanas creadas
por una mente habitada con medusas perturbadoras
y los murmullos bajitos,
desdichados,
                  de Coltrane.

 
Lo oscuro mueve el mar (Vinciguerra 2006)

jueves, 5 de mayo de 2016

Elizabeth Bishop - Visitas a St. Elizabeth (1950)



Esta es la casa de los locos.

Este es el hombre
que está en la casa de los locos.

Este es el tiempo
del hombre trágico
que está en la casa de los locos.

Este es un reloj pulsera
que da la hora
del hombre conversador
que está en la casa de los locos.

Este es un marinero
que lleva el reloj pulsera
que da la hora
del hombre laureado
que está en la casa de los locos.

Esta es la rada toda de madera
a la que llegó el marinero
que lleva el reloj pulsera
que da la hora
del hombre viejo y valiente
que está en la casa de  los locos.

Estos son los años y las paredes del dormitorio,
los vientos y las nubes del mar de tablas
por el que navegó el marinero
que lleva el reloj pulsera
que da la hora
del hombre cascarrabias
que está en la casa de los locos.

Este es un judío con gorro de papel periódico
que baila sollozando por el pasillo
sobre el crujiente mar de tablas
más allá del marinero
que le da cuerda a su reloj
que da la hora
del hombre cruel
que está en la casa de los locos.

Este es un mundo de libros desinflados.
Este es un judío con gorro de papel periódico
que baila sollozando por el pasillo
sobre el crujiente mar de tablas
del marinero chiflado
que le da cuerda a su reloj
que da la hora
del hombre laborioso
que está en la casa de los locos.

Este es un muchacho que da golpecitos contra el piso
para ver si el mundo está allí, si es plano,
para ayudar al judío enviudado con gorro de papel periódico
que baila sollozando por el pasillo
valsando con pasos del tamaño de una tabla de tejer
al lado del marinero callado
que escucha en su relojel tictac del tiempo
del hombre tedioso
que está en la casa de los locos.

Estos son los años y las paredes y la puerta
que se cerró a un muchacho que da golpecitos contra el piso
para ver si el mundo está allí y si es plano.
Este es un judío con gorro de papel periódico
que baila alegremente por el pasillo
hacia los mares de tabla que se van
más allá del marinero de la vista fija
que sacude su reloj
que da la hora
del poeta, e hombre
que está en la casa de los locos.

Este es el soldado que regresó de la guerra.
Estos son los años y las paredes y la puerta
que se cerró a un muchacho que da golpecitos contra el piso
para ver si el mundo es redondo o si es plano.
Este es un judío con gorro de papel periódico
que baila alegremente por el pasillo
caminando sobre la tapa de un ataúd
con el marinero loco
que muestra su reloj
que da la hora del hombre malvado
que está en la casa de los locos.


Versión: Octavio Paz

domingo, 10 de abril de 2016

Alfredo Luna, un remolino vagando por el monte


un remolino vagando por el monte


extraño la casa donde nacimos

era un páramo de luz, un erial de mica
una campana de mirlos llamándonos

era dulce paraíso sin fondo donde se tejían sueños

un largo abrazo de viento era mi casa
y extraño el fuego melodioso de aquellos días

también volvía el escarnio de la creciente
cuando las cosas rodaban como toronjas de greda
por el agua que implorábamos
los estragos del sol en Capayán
las rajaduras en el rostro de la tierra
que duelen todavía como escaras en la parte más indefensa

recuerdo a los ciegos del salitral
con los ojos amortiguados de maleza translúcida

de visiones que nutren el árbol de la esperanza

me falta la casa y sobra el desamparo
me convoca la tumba donde moriremos

porque dios está lejos
descomunal orfanato es este mundo.




toda latitud es propicia para desorientarnos


esta niña de plumas de porcelana y de rocío
esta niña de pétalos de escándalo
esta niña sábana de estrellas y crepúsculo
esta mujer brisa en los ojos
esta mujer arcoíris espeso de los días
esta mujer caballo de música

esta niña esta mujer

es la muerta

a Delmira Agustini




en la penumbra te disuelves en sorbos de arena


quiero llorar arriba de tus latidos
sentir los azotes de tus gimoteos
quiero aullar como daba reluciente - dije -

pero ella ama al papi arrebatado

por eso lo poda
y cuelga sus criaturas

negro esperma
el de la noche.




el territorio del silencio tan sinuoso y brillante


en el sueño de los azhares
en las hojas que se arrastran cuando la brisa
en el ansia sangrienta de mis días
y su inexplicable levedad

como el niño que busca panes de sol
como un perro acechando
del revés y a contramano de los sonidos

en los pliegues de aire
en el goce del mar
y la lenta agonía de los algarrobales
te busqué, Poesía

estoy suspendido en el abismo
para que me desgarres, Poesía

yo sabía que la Belleza es ciega
y duele.


Poemas de Testigo infiel (Ediciones en danza,2015)


Alfredo Luna nació en San Fernando del Valle de Catamarca, Pcia. de Catamarca, en 1953. Publicó: Las palabras imposibles (De la Constitución, 1993), Los días demorados (La palabra mágica, 2005), Los fuegos prometidos (La palabra mágica 2006), La mirada sonora (La palabra mágica 2008), Vigilia hereje (Último reino 2013), Palabra matada (Alción, 2014)


domingo, 3 de abril de 2016

Alejandra Mendez, como un ave herida en la marea




El poema

Debe dejarse morder/por un hombre casi
como en el silencio.
El afilado cuchillo de la escarcha/llama a la puerta elegida/
entonces: el sentido (sin) de las cosas/llanas hablan
por su cuenta sin decir/nada de la plegaria que atardece
con la sangre. Penetrarán la noche/el frío/en (ti)nieblas.
De allí el vacío y la letra con la daga.
Es como la madera misma del ataúd/que los otros soñaron/
para uno.
Las cuatro esquinas de la cruz/que cargaremos en gozo/
por la calle incorporal.
Se termina/la última palabra/
del último verso/
de la última estrofa.
Todos los días es el fin del mundo.



Encorazonada

Nada al corazón
la sabia
que es sangre
del árbol.

Nada al corazón
la sabia
que es cuerpo
del árbol.

Nada al corazón
la sabia
que es mente
del árbol.




Aquí

Apoyo un pie
a lo niño prematuro
en la tarea.

Tú miras el siguiente
esperando.
(dichosa-desdichada)

Apoyo otro pie
como un ave herida
en la marea.

Aquí estoy,
empezando a caer
entre tus muertos.


Alejandra Mendez
Poemas del libro Tarde Abedul (La pulga renga 2013)



jueves, 10 de marzo de 2016

Laura López Morales - De esta tierra era el ángel



De esta tierra era el ángel
con el ala rota a cascotazos
cuidando a los muertos de un pueblo del sur

de esta tierra era

pero lo traje aquí
donde el agua no alcanza a ser nieve
y no cuajan las formas
ni el nombre de las cosas

fue un acto de egoísmo
dejarlo mirar estos escombros
estas flores infames
proclives a la mas mínima redención

pero quien podrá culparme
de querer un ángel para mi sed
el humo en que cae
y se pulveriza

su manera de ser inhumada. 





Laura López Morales, Villa Dolores, Córdoba,  1976. Formó parte del Taller Literario Piedra Viva donde publicó “Poesías de Dolores" y la plaqueta “Poesía 24”. Formó parte del libro “Poesía Hacia el Nuevo Milenio”, participó de la antología “Poemas de la Sierra Grande”. En el 2006 formó parte de la colección “Squeo” con “Signos en tu Espalda” en homenaje al poeta riojano Francisco Squeo Acuña. Fue poeta invitada en el número 26 de Asueto “Hojas de Poesía” y en la antología “Mas vale tardes” del grupo literario “Tardes de la biblioteca Sarmiento”. En 2012 formó parte de”Habitar el grito”, ciclo de  poesía y memoria en la Perla. En marzo de 2013 público el poemario “las desperdigadas minucias”. Es miembro del grupo literario Piedra Viva. 

lunes, 7 de marzo de 2016

Verónica Ruscio - Regreso



Todos los años las vísperas del regreso. 
Adiós al mar o a la montaña. 
Adiós, lugar boscoso donde fui salvaje 
llena de viento 
feliz. 
 Todos los años miro el techo ajeno 
y prometo hacerme hippie 
ponerme un puesto de gorros y bufandas 
usar un pulóver marrón con dibujitos de llamas 
bañarme una o dos veces a la semana 
y no volver. 
 El camino de regreso es una cama de faquir. 
Piedra a piedra. 
Clavo a clavo. 
Llegar como si nunca hubiera partido. 
 Cada poema es un árbol, me prometo. 
Me acomodo en la cama, 
dispuesta a hacer sombra y musgo, 
y comienzo a escribir.



Verónica Andrea Ruscio, Buenos aires 1978.
Poeta, correctora literaria, coordinadora de talleres. Publicó Cuarto Oscuro (El mono armado 2013). 
Administra el blog:
www.poesiaesrevelación.blogspot.com


  

martes, 9 de febrero de 2016

Cuaderno del apuntador - Juan Andrés García Román




Un botón en lugar de un dogma o de una idea. 
Abotonar las cosas a sus usos. 
Un botón que une la espalda del pijama de aquel que duerme al colchón. 
Otro botón que une la palma de los guantes del soldado 
con la parte lateral de sus muslos, para que forme y se cuadre. 
U otro, por ejemplo, que une la palma de un guante con la de otro guante 
para obligar al rezo. En definitiva, una sutil dictadura consistente 
en botones dispersos por la piel de las cosas.




De Riverrum
Juan Andrés García Román (Granada, 1979